domingo, 31 de agosto de 2008

Profecía de autocumplimiento.


Martes.
Llego a Masaryk buscando una dirección un tanto extraña. ¿Por qué? porque mi ex-hermanastra (a la que aprecio) me dio un número de teléfono y un nombre. Las instrucciones eran llamar, preguntar por "Rossana" y listo. Algún trabajo me ofrecerían. Sin embargo, al telefonear simplemente me citaron el martes en la dirección peculiar de la que hablaba.
Al entrar fui recibido por la tal "Rossana", la cual en seguida atacó con preguntas personales. Sin ánimo de ofender, los empleados de recursos humanos son nefastos.
...
Miento. Es con ánimo de ofender.
Sea como sea, tras charlar con ella y con otros zombies de RH, estaban barajeándome 3 posibilidades laborales. Todas igual de abominables, pero mis 219 pesos y yo no podíamos ponernos quisquillosos. Al final, siguiendo un impulso de esos que parecen buena idea en su momento, escogí la opción peor pagada. Todo quedó arreglado, empezaba al día siguiente a las siete y media de la mañana.
Pues bien. Al día siguiente llegué a las 9 de la mañana a trabajar.
Por supuesto estaba avergonzado, pero ni manera; lo peor había ocurrido y sólo había una opción disponible: proceder con cinismo ejemplar. Tal y como estaban las cosas, puse mi mejor cara de enfermo y alegué malestares que coincidían más con la descripción de ciertos hechizos de Calabozos y Dragones que con enfermedades reales. Importaba poco, mi actuación como hombre enfermo fue ejemplar e, incluso, por momentos creía sentirme genuinamente mal.
El trabajo es, en cierta forma, duro. Los tres primeros días (que gracias a Rao han terminado), por ser de entrenamiento, tenían un horario de 7:30 am a 8:00 pm. No es de humanos hacer esto. Tengo entendido que los niños en países de los que no tengo una imagen mental clara trabajan de manera similar en fábricas macabras para truculentos científicos locos contemporáneos. Pues bien, yo no estoy en un país de esos y no soy un niño, así que no termino de entender qué obscura motivación me empujó a hacer esto.
Estaba pensando esas cosas cuando de pronto me di cuenta de algo terrible: mi temperatura no dejaba de aumentar. En algún punto la divina potestad optó por ejecutar otro de sus locochones chascarrillos y me enfermó de verdad. Fascinante, ahora no había duda al respecto: mi excusa para llegar tarde se hizo totalmente verosímil, y por lo tanto no me descontaron un centavo (ah, y es que, aunque sigo ridículamente enfermo, no tuve los cojones de faltar al trabajo). Mi suerte suele funcionar así. Es una suerte que cuando funciona a mi favor, los beneficios que trae son más perjudiciales que los males que sortea.
Ahora me encuentro hecho una piltrafa, son las 3 de la mañana del sábado-domingo, sigo enfermo y sigo con mi "uniforme" del trabajo.
Estoy orgulloso.

2 comentarios:

Bee dijo...

HAHAHA estudio de campo sobre miseria penuria y mediocridad XD

Anónimo dijo...

Poor baby