miércoles, 27 de agosto de 2008

Sneak Attack +1d6


En algun punto del fin de semana leí más de lo que es humanamente correcto leer. Mi sobreestimulado cerebro se había agotado. Mis ahorros, ahora lo contemplaba con claridad y, por ende, con horror, constaban de 236 pesos: y aún no tenía trabajo. Me imaginaba la semana siguiente: el recibo de la luz llegando, el gas acabándose, mi última botella de coca cola cayendo -vacía- en el bote de basura... me veía en la miseria absoluta de quien no puede ni comprar un boleto del metro.
Con esos pensamientos y con la pesadez y apatía que me subyugaban busqué solucionar mi problema. Una amiga me anunció que iba a tomar clase de redacción con Eduardo Casar. Ahora bien, sé que muchos no saben quién es Eduardo Casar. No los culpo. Baste decir que es lo más cercano a un rockstar que uno puede encontrar en la abominable facultad de filosofía y letras de la unam. Las chicas lo desean, los hombres lo admiran y hasta sale en uno de esos programas de tv que nadie ve (ya que lo pasan a horarios donde no existe el concepto de rating) pero que dan glamour. Y glamour es algo que el tipo tiene.
El punto es que forjé un plan y lo llevé a cabo con todo éxito. Me disfracé de estudiante de "filos" y me adentré en las premisas. Llevaba una playera de Roger Waters, una bolsa del fondo de cultura económica en vez de mochila y mis gafas: nadie sospechaba nada. Entré a la clase y esperé. A nadie parecía importarle mi presencia, en realidad, dudo que siquiera me hayan notado.
La clase, merece la pena decirlo, fue buena. Más le valía serlo: es la primera vez que voy de forma voluntaria a la escuela. No salí decepcionado. Pero eso no es lo importante. Lo importante fue que casi no llego a mi casa. ¿Por qué? porque Chaac (Tlaloc, para los de acá) tenía otros planes.
Sí; llovía cuando terminó la clase. O mejor dicho, diluviaba.
Mi amiga, un tipo con el que ella iba y yo optamos por esperar a que la lluvia amainara. Una hora después, el agua empezaba a subir por los pasillos de la facultad y seguir huyendo de ella hubiera implicado treparse en algun mesabanco. Con más resignación que valentía optamos por cruzar la explanada a paso de marcha: correr no servía de nada. Eventualmente alcanzamos el "trole" y lo abordamos. Mentiría si no dijera que sentimos algo que parecía esperanza. Que tontos fuimos. El trole iba lleno. Iba más que lleno. Seguía empapado, pero no podía decir si el agua que tenía era la que yo había traído, la que me habían pegado los demás pasajeros o el sudor de alguien (o quizás el mío, o quizás todas las anteriores). El martirtio empezó así, pero otros matices lo agravaron. Por ejemplo, a mi lado iban dos gorditas que optaron por deleitar al trolebús entero con una versión de "Enjoy the silence" en techno. Luego procedieron a explicarse el efecto que esa música podía tener en ellas cuando se metían "cristal". Ah, y esto duró dos horas. Sí, dos horas. Mismas dos horas que el trolebús tardó en llegar al metro. Y es que eso era apenas la mitad del viaje.
Alcanzado éste punto, la "party" (para los que no sepan de RPG's... traduzcan "party" como "comitiva") se separó. Nunca sabré qué aventuras tuvieron mis ex-compañeros de viaje, nunca sabré si llegaron a su destino, no sé si los volveré a ver.
Por mi parte, sólo pude alcanzar mi hogar con la ayuda de un taxi (Volkswagen verde, por supuesto) y no antes de la media noche.

1 comentario:

MarioCastelo dijo...

Aw, te sirvió la clase. Esta muy chingón el relato, sabe a C. Fuentes