viernes, 17 de abril de 2009

Un webcómic blasfemo.

Hecho con "Paint", hecho sin afán de lucro y hecho con prisa. He aquí el primer episodio del Webcómic que anuncié hace más de un año. Su atraso tuvo múltiples razones que no merece la pena mencionar... pero ya se hizo. Evidentemente el "autor" no puede dibujar, así que tendremos que hacerle un par de concesiones.


Si alguien que sepa dibujar ve esto y quiere colaborar en los episodios siguientes, no duden en hacérmelo saber. Mientras tanto, les dejamos... Wojtilla, king of the popes.

Ah, sí... si no crecieron en los ochentas o antes esto podría no tener sentido.
Otra cosa; dad click a la imagen, debería crecer.

jueves, 26 de marzo de 2009

Me lo busqué

Eran aproximadamente las diez de la noche.
Yo había decidido acompañar a cierta chica hasta su casa. Intentaba ser galante y cortés pero, huelga decirlo, ni mis cortesías ni mis galanteos llegaron a buen término; de lo contrario no escribiría esto.

Todo empezó a ir mal desde que me di cuenta de a qué zona había ido a meterme: "portales" (zona parcialmente infame a raíz de su prominente movimiento vándalo/gamberro). Al ser más de las diez de la noche comencé a sospechar que lo que hacía era quizás insensato. Pero no era momento de acobardarse y seguimos adelante. Al acercarnos a una calle llamada "repúblicas" (justo antes de llegar a la esquina) un sujeto se cruzó con nosotros. No le dimos importancia... pero cuando un segundo sujeto salió a nuestro encuentro supimos que la noche se pondría desagradable. El segundo tipo se las daba de asaltante chapado a la antigua: llevaba paliacate en la boca (a la usanza de los westerns) y a la chica ni la miró. No sé si por adherencia a un código de honor arcano o por miedo a ser atrapado y tener que lidiar con acusaciones de índole sexosa. El sujeto blandía una pistola y con urgencia nos solicitó despojarnos de nuestras valiosas pertenencias. Al ocurrir esto, el individuo con quien nos habíamos cruzado antes regresó de forma triunfal, con todo y su propio paliacate y su propia pistola. Procedieron a vaciar mis bolsillos de forma manual (dado que yo estaba paralizado y no reaccionaba con suficiente velocidad) y a solicitarle a la chica que se despojara de un anillo. Hecho esto, pusieron pies en polvorosa. Dieron vuelta en la esquina y desaparecieron. Sin duda tenían coche, de lo contrario no hubieran podido emprender la graciosa huída con -valga decirlo- tanta gracia.
El caso es que nos quedamos ahí, a la mitad de la calle con esa idiota inmunidad que cree sentir el que ya fue asaltado una vez en una noche: uno asume que no volverá a ocurrir ese mismo día.
En esas andábamos cuando otro sujeto de extravagante aspecto salió a nuestro encuentro. El tipo se presentó con el nombre de "El Lobo". Y a decir verdad el apodo le iba bien: llevaba unos apretados pantalones de tela misteriosa, unas botas tipo militar, playera metida en el pantalón y ceñida por un "canguro" en el que, como averiguamos más tarde, llevaba no uno, sino dos celulares. El conjunto terminaba de adquirir su exotismo con el detalle de que el tipo debía medir 1.85 al menos. En medio de sus alebrestadas explicaciones pude deducir lo siguiente:
a) Estaba loco
b) Se las daba de vigilante (aseguraba haber visto todo, haber anotado las placas del coche en el que huyeron y hasta nos contó historias sobre las múltiples violaciones, asaltos y secuestros que él había evitado llamando a la policía)
c) Aunque no padecía ecolalia, no estaba tan lejos de ello. Durante la hora que estuvimos con él, nos contó las mismas historias al menos unas cinco veces. Resultó imposible romper el flujo de sus repeticiones: si uno intentaba insinuar que conocía ya el desenlace de la historia, el "Lobo" se limitaba a subir el tono de voz y expresarse con más candor que antes.
d) Si bien sí conocía a (y era conocido por) los policías de la zona, estos últimos no lo tomaban en serio.
Lo que ocurrió fue esto: el Lobo nos contó que había visto lo ocurrido, que había visto el coche y que había anotado el número de placas. Nos pidió que mantuviéramos la calma y sacó un celular -que no era el que tenía en la mano- de su canguro y habló con un policía -o eso dijo. Nos aseguró que algunos policías estaba en camino pero que los otros ya estarían buscando a los malhechores. Sólo debíamos esperar...
Media hora después, nadie llegaba.
El "lobo" nos contaba por tercera o cuarta vez la historia de una chica a la que él salvó mediante el sencillo sistema de enviar policías en su dirección, y ya se disponía a hablarnos por quinta vez de su hija (que lo odia por influencia de "la maldita de su madre") cuando salió una mujer de la casa de la esquina. Saludó al "lobo" y nos aseguró que el "lobito" era persona de fiar. Al parecer, él trabaja de jardinero en la zona... entre otras cosas. Mientras nos explicaba eso, llegaron los policías, confirmaron la historia del señor don Lobo y partieron en pos de los golfos que nos habían asaltado; pero no sin antes exigirnos (a la chica y a mi) que acudiéramos al ministerio a denunciar. Y hasta ahora no sé por qué les hicimos caso.
El "lobito" nos pidió que lo esperáramos mientras él se cambiaba de ropa (aparentemente poseía una muda de ropa en la casa de la señora de la esquina); no quería -dijo- que nos fueramos solos. Era peligroso.
Eventualmente salió y nos acompañó por un rato; en medio de sus monótonos y repetitivos discursos insistía también en llevarnos al ministerio en su coche. Esta fue una oferta que sí pudimos rechazar. Al llegar a la calzada de tlalpan, intentó darnos dinero para un taxi, pero lo rechacé (no recuerdo con qué argumento).
Mientras el taxi se alejaba, pudimos distinguir la silueta del "lobo" adentrándose en las calles una vez más. No pudimos evitar sonreír; pase lo que pase, el "lobo" nos cuidará.
...
Y aunque no sea el final de la historia (la historia terminó la semana pasada cuando un judicial vino a buscarme), ciertamente se siente como si lo fuera. Así que, aunque sea por hoy, lo será.

lunes, 23 de marzo de 2009

Back with a vengeance.

Vale, he vuelto. La regeneradora ausencia ha sido fructífera: prometo nuevos y trepidantes episodios en esta versión 2.1 del blog.

Desde hacía ya unas semanas andaba coqueteando con la idea de traer al blog de nuevo a la vida. Y es que el blog murió porque se fue quedando sin colaboradores. ¿Cuántas personas han publicado bajo la misma identidad en este blog? en algún momento, las suficientes como para postear todos los días. Luego fueron abandonando. Al final quedó sólo uno. Y lo primero que el que quedó hizo fue quitar su nombre del título. En fin, se ha reestructurado el sistema. De todas formas, sospecho que la existencia de identidades diversas no era un gran misterio (ciertamente, hicimos poco por ocultarlas)...
El caso es que consideraba la resurrección del blog cuando, súbitamente, vi que alguien había comentado. Insólito, ya que no publico desde diciembre.
El que comentario en cuestión fue de un Troll.
(por Troll, según he deducido, los que escriben blogs se refieren a los que publican comentarios con la explícita intención de ser ofensivos).
Entonces me di cuenta. Esa era la señal que buscaba. Alguien me odia; no, me desprecia. Si eso no te hace legítimo, nada lo hará.
Y así, legitimizado por un anónimo odio y por unos pocos pero constantes apoyos procedo con la resurrección oficial de este infame blog.

Y es que las señales vienen por todos lados. Hace apenas una semana un vagabundo apoyado en un palo, que mi memoria imagina de bambú, se paseaba por las calles cercanas al monumento a la revolución. Yo pasaba por ahí también y, en mi distracción, choqué con él. Quise disculparme pero el hombre no se inmutó; era como si nada hubiera ocurrido. Era como si yo no estuviera ahí. Lo miré de soslayo: su cabeza estaba reclinada en su hombro derecho y el cuerpo se apoyaba en el palo. Caminaba muy lentamente y no parecía notar nada de lo que lo rodeaba. Al verlo más fijamente noté que, colgando de su cuello, llevaba un letrero en el pecho. En el letrero decía "Arquitecto supremo del universo".
Maldije el no tener una cámara.
De todas formas, alguien tenía que dejar constancia de que el arquitecto de marras existe y deambula por las calles.
El blog tenía que resurgir.
Y así lo ha hecho.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

La luz del Flash daña los ojos. Especialmente la del flashback.


(Agradecimientos a la Wiki por completar la info que me faltaba)

Hace aproximadamente un mes trabajaba aún en la librería de budistas. Hace aproximadamente un mes me obligaron a asistir a la presentación de unos libros. De una trilogía.
El autor era un señor francamente regordete de apellido Schneider. El buenazo de Schneider era medio panzón y se le veía complacido consigo mismo. Increíblemente, no recuerdo el nombre de los libros. Lo que sí recuerdo, sin embargo, es que los edita la ignominiosa editorial Pax y que versan sobre el fantástico arte de curarte tu solo. ¿Cómo? pues eso es algo que sólo leyendo los libros, teniendo mucha fe, y siendo francamente temerario se puede saber. Huelga decir que yo no lo sé. Y es que no puedo quitarme la idea de que las palabras "new" y "age" podrían aplicarse bien al arte de la autosanación, aunque mejor me abstengo de decirlas.

La presentación fue encantadora.
Imaginen una pequeña sala de eventos en el segundo piso de una novísima librería/centro cultural en la colonia Roma. Imaginen esa sala llena de adultos con aspecto más bien fino, todos muy elegantes (en su mayoría mujeres) y todos con rostro serio. Imaginen al regordete Schneider ante ellos, hinchado de orgullo, y hablando.
"Lo primero que deben saber es que no hay nada más terrible para su espalda que estar sentados. Lo segundo es no hay nada más terrible para sus pies que caminar sobre concreto. Y si los pies no están bien, el resto de su cuerpo no lo está."
Hasta aquí vamos bien.
"Además", prosiguió, "¿sabían que la llamada 'ciencia' médica basa todos sus conocimientos de oftalmología en unas investigaciones realizadas en Austria en el siglo 19?, ¿Sabían que esas afirmaciones nunca han vuelto a ser cuestionadas?: ¡no hay científico o médico que haya investigado más allá de eso!"
Aquí ya no vamos tan bien. Concedido, los médicos son -por regla general- unos bastardos que sólo quieren dinero. Pero es precisamente por eso que me cuesta trabajo creer que no hayan investigado.
Sin embargo, me desvío del tema; regresemos a nuestro gurú de la sanación personal.
"En un taller que hice en Chicago, mediante unos sencillos ejercicios -que pueden aprender en éste libro- logramos mejorar en un 97.83% la vista de los asistentes del taller. A algunos les curamos la miopía o la hipermetropía. Permítanme explicarles cómo con estos fáciles ejemplos".
Y entonces ocurrió.
La sala, llena de adultos de aspecto serio, se lanzó a divertirse como si hubieran bebido tres caguamas cada uno. Se quitaron los zapatos, intentaron hacer equilibrio sobre una bola de tenis, se agarraron los pies y los pegaron a sus traseros, apagaron la luz, cerraron los ojos, cantaron un poco (una sola frase: "la página es blanca, la tinta es negra"), prendieron la luz, se asombraron, aplaudieron y, al final, compraron algunos de los libros.
Los ejercicios sin zapatos eran para evitar los dolores de espalda y los musculares. Los de la luz, eran para curar la ceguera. El mantra tenía una función similar. Participé activamente durante todo el tiempo.
...
No sé, quizás me faltó fe. Aún necesito mis anteojos.
Quizás fue sólo la falta de rigor. De todas formas, me parece que este sistema de curarte la ceguera con fuerza de voluntad no es nuevo. Me parece que un escritor famosillo de apellido Huxley publicó un libro al respecto también. Si no me equivoco, Huxley se basó en el método de un tal Horatio Bates para curar su vista: luego, intentando demostrar su eficacia, quiso leer, sin anteojos, una carta ante un público. A la mitad del asunto sacó una lupa.

Supongo que quedé decepcionado. Realmente no soy difícil de convencer en cosas así; le creo hasta a Crowley. No sé cómo le hizo el señor Schneider para no persuadirme.
Por cierto.
Debería aclarar una cosa: la mejora en la vista de los asistentes del taller de Chicago, tristemente, no puede ser demostrada: ningún oftalmólogo o científico quiso investigar el milagro.

P.d. Para un ejemplo de salud natural más divertido, miren esto. Cortesía de un amigo.

viernes, 5 de diciembre de 2008

Factotum.



El lunes empecé en mi nuevo trabajo. Es el quinto en lo que va del año.
Creo poder afirmar, sin temor a equivocarme, que soy la peor opción para cualquier empresa. Soy incapaz de durar.
Lo peor es que se los advierto cuando me contratan: siempre les digo, "sólo tengan en cuenta que soy un mercenario vil. Si encuentro una mejor oferta, me marcho". Y aún así me dan el trabajo.
Así que, realmente no es culpa mía.

El caso es que ayer fui a comer con unos compañeros del trabajo a un lugar llamado "El rey del Pavo". Tras nuestra cara y escasa (aunque sabrosa) comida, procedimos a buscar la estación del metro más cercana. Dicha estación era bellas artes, por lo que optamos por dar un paseo en los alrededores del centro histórico, al más puro estilo turista. Al cabo de unos minutos, un sujeto con pinta de ñoño tradicional (pants y ropa deportiva a las 6 p.m., audífonos harto vistozos que no parecían estar conectados a nada y una mochilita de niña al hombro) se acercó a nosotros y se presentó: "Soy poeta", nos dijo, "soy poeta y... sé lo que estan pensando. Es extraño encontrar a alguien que se presente de esta manera, pero yo lo hago. Recorro esta zona compartiendo mi poesía con la gente... no, no digan nada aún. Primero léanla, yo estaré por aquí, y luego me dicen qué opinan".
Dicho eso, nos entregó unos papeles y se fue.
Lo que estaba ahí escrito era cualquier cosa excepto poesía. Y no lo digo porque el texto fuera de baja calidad (que lo era), sino porque en realidad era la mejor colección de "mensajes personales" de messenger que he visto; pero mezclada con algunos piropos que la clase media asocia -usualmente de manera injusta- a los albañiles y con otras frases de origen dudoso. El resultado incluía cosas como "Con un bombón como tú, no me importa ser diabético", "Te amo cariñito, eres lo mejor que me ha pasado" y por supuesto, las palabras "puchunguita", "pexoxa" y "mamacita". Todo esto mezclado sin orden ni concierto. No había intento alguno de atar las ideas, simplemente estaban ahí, plasmadas en el non sequitur más puro que he visto. Ah, y por si alguien se lo preguntaba, tampoco ordenó las frases y las palabras en nada que se asemejara al verso; parecía un texto escrito en el bloc de notas de windows al que ni siquiera le ajustaron el formato.
Aún contemplábamos esas atrocidades cuando, de la nada, dos individuos con inmensas sonrisas se nos acercaron. Uno de ellos tenía vendas en el rostro, el otro simplemente era muy feo. Los dos se acercaron con las manos extendidas, parecían tener la intención de que se las estrecháramos, cosa que no hicimos. El feo nos saludó con excesiva cordialidad, nosotros respondimos con uno de esos gestos que siempre empeoran las cosas: observamos fijamente las manos que pretendían ofrecernos amistad, luego los rostros que reflejaban evidente burla, luego las manos otra vez, y por último dije "Mmm... qué pedo".
Actuaron como ofendidos; el feo (que era el que se encargaba de la parte verbal de la transacción) aún exclamó algo como "Eah, tampoco, tampoco... no nos llevamos así". Luego explicó que sólo querían algo de dinero. Para comer, se entiende.
Ya empezaba a resignarme cuando la atención del alegre par se dirigió a los papeles que "el poeta" nos había entregado. "¿Qué es eso?", preguntó el feo. "Unos poemas", le contesté, "son del tipo que está ahí".
En ese instante todo se tornó vertiginoso. El poeta se acercó a la escena, parecía decidido a unirse a la acción pero, en el último minuto, cambió de rumbo. Los muchachos alegres y el poeta intercambiaron unas miradas que a nosotros nos parecieron significativas. Los jóvenes felices dieron por terminado nuestro encuentro con pocas e ininteligibles explicaciones. Cuando nos dimos cuenta ya no estaban por ningún lado. Antes de que pudieramos hacer conjeturas, dos chicas de aspecto feroz, montadas a caballo, y con uniforme policiaco cruzaron por donde estábamos. No nos quedamos a averiguar qué había ocurrido.

Al llegar a casa hice el recuento de los eventos de la tarde y llegué a la siguiente conclusión: quizás no debí juzgar tan duramente al poeta. Su estilo de poesía, después de todo, es el primero en décadas que genuinamente propone algo nuevo. Lo sepa o no.

Por cierto, me han facilitado el website de la campaña dedicada reinventar la imagen de Jesús (de la que hablé cuando narré mi odisea en Guadalajara). Helo aquí. Se le agradece a Nell por el dato.
Un consejo, si alguien tiene el valor de entrar al sitio de Jesús está chido... no dejen de ver lo que Jesús aparentemente dice de la homosexualidad.
Me provocó dudas.

domingo, 9 de noviembre de 2008

Esotericón.


Otra historia verdadera. Estoy tranquilo, intentando leer un libro, cuando se me acerca una chica. Tras cinco minutos (tomé el tiempo) de conversación me asegura que soy acuario. Explicarle que no, que soy libra, funciona poco. Se encoge de hombros y se limita a afirmar; "pareces más acuario que libra".
Horas después estoy caminando por coyoacán y un tipo con mala cara me grita que desea leerme las cartas. Le respondo con amabilidad que no, que estoy bien, que otro día. El sujeto contesta al instante "No hay otro día, es ahora". Sorprendido e indignado por su directa y hostil técnica de venta le espeto un rotundo "NO" y pongo pies en polvorosa.
Entonces me veo obligado a afrontar la triste realidad; el mundillo del new-age y anexos se la tomó contra mi. Su approach hasta entonces había sido más bien sutil pero las cosas habían cambiado. El cambio me intrigó.

Aún reflexionaba sobre esto cuando mis compañeras de trabajo (ahora ex-compañeras) decidieron llevar un tarot para entretenerse. Intenté mantenerme al margen. Sobra decir que lo intenté en vano. La sesión comenzó con algo que no pude ignorar: una de las compañeras le dijo a la otra (tras echar un rápido vistazo a las cartas) que veía un hombre en su vida. Un hombre... sí... de tez blanca.
Y es aquí donde decidí intervenir.
"¿De dónde sacaste lo del color de la piel del tipo?"
"Se ve en la carta. Mira; el tipo que está en el caballo es blanco"
"Pero todos los personajes de tu tarot son blancos"
"Ah, es cierto"

Di por zanjado el asunto y regresé a lo mío (estaba escribiendo el final de la saga tapatía). No pasó mucho tiempo antes de que volviera a escuchar a la misma chica decir "Veo una mujer. Es blanca."
En ese preciso momento todo se vino abajo. Viendo que mi razonable aclaración le había importado un comino fui ante ella y le exigí que leyera mi vida. Barajeó las cartas y se dispuso a leer. Me asombró su temple y su inmensa capacidad de ignorar mis torpes y burdos sarcasmos. Al final no obtuve nada concluyente: ante la pregunta "¿tengo algún hijo?" respondió "es posible", ante la pregunta "¿seré rico?" me dijo "sí" y cuando le pregunté si el tarot lograría persuadirme con sus respuestas para que creyera en él, se encogió de hombros y dijo "es posible".
Ése día me fui a casa completamente derrotado.

Pero lo mejor estaba por llegar.
A los pocos días de estos sucesos cambié de trabajo.
Ahora he vuelto al vertiginoso mundo de las librerías. Y de qué manera: la librería en la que trabajo ahora se especializa en religiones, espiritualidad, misticismo y material esotérico.
Fui un tonto al no reconocer las señales.
Me sudan las manos, me han salido ojeras y no puedo borrar de mi mente la idea de que si acaso tengo un hijo, tiene piel blanca.

miércoles, 29 de octubre de 2008

Guarda el cambio, inmundo animal.


(Estoy posteando de manera furtiva desde mi trabajo. Disculpen los errores propios de las prisas y de la paranoia)


Y así, nos encontramos de pronto en pleno centro de Guadalajara. Pusimos ojo avisor y buscamos algún sitio adecuado para comer. Pero, ay, ¡magra fortuna!, ni adecuado ni todo lo contrario. Sitios para comer simplemente no habían. El chasco inicial no nos hizo mella; comenzamos a caminar sin rumbo en pos de las famosas tortas ahogadas y de la esquiva birria. Tras (aproximadamente) una hora de caminata nos detuvimos a reflexionar. Un recuento de lo que habíamos visto nos obligo a aceptar nuestra realidad: desde nuestra llegada habíamos encontrado tan sólo cuatro establecimientos de comida. A saber: un Burger King, un McDonalds, un Subway y un restaurante de pizzas caseras. De tortas ahogadas no había rastro alguno, y de la birria ni se diga. Así pues, muy renuéntemente entramos al burger king. Tras engullir nuestra costosa y poco nutritiva hamburguesa descansamos un rato en el parque; nuestra posición era privilegiada y pudimos sacar las primeras conclusiones sobre Guadalajara: En Guadalajara la mayor parte de la gente es delgada. Esto se debe, sin duda, a las pocas ofertas que sus calles ofrecen a los hambrientos. Ni un puesto de tacos o de tortas decora las esquinas, las cocinas económicas brillan por su ausencia y las fondas son del todo desconocidas. Esto a su vez provoca que las féminas tengan un porte esbelto (de ahí su fama en el resto del país).
Justo en eso pensábamos cuando el calor al fin hizo su efecto sobre nosotros; era imperativo obtener una cerveza. Entonces nos golpeó una súbita epifanía, una revelación: no habíamos visto tampoco bar alguno.
Una vez más, y con los ánimos bastante decaídos, emprendimos la marcha.
Muchos prodigios surgieron a nuestro paso: miles de pósters del primer festival de Reggeatón Cristiano con la presentación especial de "Memo y Ungido" ($80 en preventa); una librería donde uno podía adquirir artículos tan exóticos como el maratón bíblico (en cuatro dificultades: infantil, básico, premium y X-tremo) y las Biblias para jóvenes (La Biblia de Mezclilla y la biblia G3 para el nuevo milenio); vimos también carteles de la revista "H para Hombres Extremo" censurados (aunque nada había en ellos que fuera censurable); seguimos por varias calles a una mujer que llevaba por capa la bandera de Alemania (pensamos que quizás pertenecería al club de fans del grupo al que fuimos a ver: nos equivocamos); asistimos a una misa en la catedral, pero pronto huímos perturbados; en general, vimos muchas cosas pero ni un solo bar.
En pleno ataque de desesperación nos subimos a otro autobús. La idea era huír del centro y volver a comenzar la búsqueda desde otro punto.
La providencia nos condujo a la plaza del Sol.
Allí, la fortuna fue más amable con nosotros. Un letrero con la palabra "Caguamas" nos indicó que, tras tres horas, habíamos hallado justamente lo que buscábamos.
El menú consistía casi exclusivamente de extrañas bebidas que llevaban el nombre de "Chelitros".
...
Dos horas después, estábamos en Zapopan. Y nuestra felicidad era tal, que más adecuado sería llamarla euforia.
El concierto duró más de dos horas. El ambiente era positivo en demasía. Y es que, habiendo asistido a ése mismo concierto (pero en el Df), creo poder contrastar el ambiente metalero tapatío con el defeño. Los chicos de Guadalajara son decentes. Se empujan un poco, se entusiasman mucho, pero todos buscan pasarlo bomba sin estorbar a los otros. Ahora bien, aunque esto es verdad, hay excepciones. Y es que en guadalajara existe algo extraño; el metalero de pelo corto y camiseta fajada.
Éste peculiar especimen existe en todos lados, pero en Guadalajara lo vi con una potencia inusitada. Va al concierto con playera de Metallica (lo cual está fuera de lugar en un concierto de Power Metal), lleva el ceño fruncido, los labios apretados, parpadea poco, para desvíar la mirada gira el cuello entero; es, en resumen, encantador.
Incluso, cerca del final, uno de los pelicortos (lo malo no es llevar el pelo corto, lo malo es llevar corte militar cuando no se es de la milicia) se sintió agredido por mi terquedad. Lo que ocurrió fue que él insistía en que yo me hiciera a un lado para avanzar y yo, al ver que el concierto había terminado, intentaba retroceder. Ninguno cedía, él porque eso hubiera puesto en entredicho su virilidad y yo -al no tener virilidad alguna que defender- pretendí explicarle que el concierto había terminado y lo único razonable era la retirada generalizada. Me torció el brazo e insistió en que no volviera a tocarlo; y aquí la idiotez me ayudó a parecer valiente y hasta insolente. Le dije algo como "mientras agarres mi brazo, tengo, por fuerza, que seguir tocándote". Sonó a fanfarronada y mi abogado intervino. El tipo optó por la retirada más digna posible ("si me vuelves a tocar te parto la madre"), yo al fin capté lo que había pasado (todo ese tiempo creí sostener una conversación donde las dos partes pretendían aclarar un malentendido) y mi abogado le dió una pequeña patada en el culo, misma que el tipo no se tomó la molestia de devolver.
Estando así las cosas emprendimos el camino al hotel.
Un seven eleven nos proporcionó nuestra frugal cena: mi abogado obtuvo al fin su deseada birria, pero al ser de lonchibón no pudo terminar de comérsela (era hedionda).
Al día siguiente, intentamos llegar al aereopuerto en autobús. Lo conseguimos, pero la próxima vez pagaré un taxi: los autobuses no tienen una ruta fija ni una dirección específica. Subirse a uno es una aventura demasiado extrema. El primero al que nos subimos nos bajó en la carretera; ya en la carretera todos los camiones parecían esquivarnos. El autobús que buscábamos parecía no existir.
Por supuesto, al final lo encontramos. Lo divisamos a lo lejos, corrimos tras él, estuvimos a punto de perderlo y en el último instante nos notó y se detuvo. sudorosos, agotados, crudos y llenos de ése miedo que sólo la carretera sabe provocar emprendimos el camino al aereopuerto. El trecho final lo caminamos.
...
Ya dentro del avión, mi abogado y yo juramos regresar a Guadalajara; la tierra que nos recordó el significado del miedo.

miércoles, 22 de octubre de 2008

Jesús es la onda.




Seis y media de la mañana.
Sábado.
En vez de estar yendo a dormir -como dicta la moral- estaba despertando. El sueño había sido reparador y largo. El día que tenía ante mi habría de ser desgastante.
Llegamos al aereopuerto (mi abogado y yo) cinco minutos antes del vuelo. Nada había que temer; no teníamos ni siquiera equipaje de mano.
¿Nuestro destino?
Guadalajara.

Antes de continuar, aclararé algunas cosas. Guadalajara, estoy seguro, es un lugar muy lindo; tiene gente muy razonable y maravillas invaluables. Si yo no encontré nada de eso, sin duda el error fue mío. Y es que yo no buscaba ni invaluables prodigios ni personas prudentes. Yo buscaba Heavy Metal alemán. Y. aunque lo encontré, Guadalajara me asustó. Y me asustó mucho.

Sea como sea, el avión fue puntual. Llegamos a Guadalajara temprano y con bastantes bríos. No teníamos prisa (faltaban bastantes horas para el concierto) así que buscamos un autobús que del aeropuerto nos llevase al centro. Lo encontramos. Tras pagar la excesiva tarifa nos acomodamos en el camión a esperar. Y vaya que esperamos. El buenazo del chofer no se decidía a prender el coche (tal vez no sabía cómo). Mientras tanto, una música, que para mi era nueva, aderezaba el ambiente. No sé a qué ritmos fuimos sometidos; nunca los había escuchado. Era como la duranguense, pero más lenta. Era como la música de banda, pero aún peor. Escucharla por diez segundos te hacía reír; escucharla por 20 podía provocar daño psicológico irreparable.
En esas circunstancias mi abogado y yo debíamos sostener una conversación constante; de manera tal que no hubieran hiatos mayores a los veinte segundos ya mencionados. Esto se volvió demencial después de un rato... pero entonces, el mismísimo Dios (o algo así) intervino. Y es que Guadalajara ya no estaba lejos. Un espectacular con la leyenda "Jesús es la onda" decoraba el majestuoso firmamento tapatío. Detrás de ése, otro que decía "Jesús quiere vivir en ti" (el único que no vi es el que acompaña a éste texto). Antes de bajar del camión alcanzamos a ver un último espectácular que representaba a la virgen de Guadalupe y decía "La virgen no quiere que abortes".
Después de eso, un monumento que representaba tres gigantescas botellas de tequila cerraba el cuadro.
Bueno, me he prolongado.
El viernes continuaré.
Aún faltan muchas otras maravillas por describir; nada he dicho aún de "Memo y Ungido", exitosos reggeatoneros cristianos. Aún no hablo de las vertiginosas circunstancias que precedieron a mi encuentro con la exótica "Biblia de mezclilla" y con el "Maratón Bíblico X-tremo". Y aún no hablo del Heavy Metal alemán y de los metaleros de pelo corto.

Y es que, la verdad, en Guadalajara me sentí como en casa.

miércoles, 15 de octubre de 2008

Una conclusión (Delirium Cordia 2)


Muy bien.
Después de ingerir la exótica ambrosía de Mr. H y "el piloto" puse pies en polvorosa.
Un uso mesurado de los transportes públicos (a saber: Autobús, metro y autobús otra vez) me llevó hasta mi casa. La casa estaba vacía. Sin titubear ataqué la cocina con todo éxito y me dormí.
Al poco tiempo desperté y vi una película terriblemente estrambótica:
Todo ocurría en un hotel de dos estrellas que, a pesar de su baja categoría, era inmenso. Su inmensidad importaba poco pues los personajes principales (héroe y chica indefensa) jamás abandonan su habitación en el hotel. Y si no la abandonan es porque un maléfico mafioso los acecha con la explícita intención de matarlos.
¿Por qué matar a esa ridícula e insulsa pareja?
De la lentitud en obtener una respuesta a esa pregunta - y del inminente encuentro entre el mafioso y aquellos a quienes les desea la muerte- nace el suspenso que tan intrigado me tenía.
Escena tras escena la película nos va soltando información sobre las posibles razones del mafioso para buscar con tanto afán la muerte de ése par de pelagatos; mientras el par de pelagatos en cuestión abandona la idea de buscar una salvación (por demás imposible) y se va sumiendo en una resignación que raya en apatía. Al final hay twists inesperados; la chica le ha mentido toda la película al héroe, el mafioso no busca lo que parece buscar y el héroe es aún más imbécil de lo que se sospechaba.

***

Al terminar la película se la expliqué a mi abogado y a mi hermano, o por lo menos lo intenté. Cada vez que comenzaba a contarla recordaba escenas que no había notado mientras la veía. Elementos nuevos e insólitos se iban agregando a la trama. Al final, la película que les conté era épica. Había sobrepasado sus modestos límites de película de golden choice.
Luego metí mi ropa a la lavadora, la colgué y dormí de nuevo.
...
¡Pero no!
Entonces ocurrió.
Todo el día se vino abajo y un súbito ataque de pánico se apoderó de mi.
Me explico:
Simplemente fue una cuestión de seguir recordando esa maldita softcore. Eventualmente me di cuenta de que no la pude haber visto. De que no se la pude haber contado a mi hermano (por la simple y sencilla razón de que mi hermano estaba muy, muy lejos). De que había estado en mi cama todo el día.
Algo tranquilizado por esa idea, bajé a comer algo. Con horror descubrí algunas evidencias de que no había pasado el domingo en cama: el refrigerador conservaba las marcas de mi presencia y mi ropa estaba lavada y tendida en el patio.
Nunca sabré qué ocurrió en realidad, pero lo que sí sé es que no estuve en cama ( y más me hubiera valido).
En vez de ver una película me entregué a productivos actos como arrojar al piso las sábanas de mi abogado (estaban encima de la lavadora que utilicé... y me estorbaban), citar a alguien que me gusta y luego no acudir a la cita, llenar mi cuarto de post-its con mensajes crípticos, extraviar mis anteojos, mi tarjeta de débito, mi llave de la casa (y una camiseta) y llenarme de extraños moretones.
He intentado reconstruir los eventos del domingo y sólo recuerdo una mala película del Golden Choice (y eso que no tengo cable).
He intentado pedir perdón a aquellos a quienes agravié, pero -sorprendentemente- no creen mis torpes excusas. Mis lentes aún no aparecen, ni mi playera, ni mi llave ni mi tarjeta.
Pasé la noche en vela pensando en lo que me ocurrió: viví dos días distintos y sólo soy capaz de recordar (y mal) el falso.

Sé que como yo hay muchos. Muchos que salen por un poco de paz mental y se topan con estadios llenos de gente yendo al futbol y con extraños pilotos y sacerdotes aztecas que mean de manera compulsiva en el asfalto. Y muchos no viven para contar el cuento.
Qué suerte la mía.

miércoles, 8 de octubre de 2008

Un (cruel) intermedio.

En lo que finalizo la saga del Delirio, pongamos un interludio.
Esto es un pequeñísimo poema que se me ocurrió mientras regresaba a mi casa hoy (vivo cerca de Tlalpan) y va dedicado a una exnovia.
Tal vez no sea un poema de verdad, pero me vale.
A mi me divierte.

Hoy te vi y no habías cambiado;
pero sólo de la cintura para abajo.
y eras tú, de eso no hay duda.
(o por lo menos esas eran tus extremidades inferiores y tus ropas)
Pero no.
Lo de la cintura para arriba decía llamarse Armando.

Me la pellizca Octavio Paz.

lunes, 6 de octubre de 2008

Delirium Cordia Parte 1


Ayer viví el día más memorable de mi vida. El más extraordinario, se entiende.
Y no es que el día haya sido extraordinario de principio a fin (que es como suele imaginar la gente que un día adecuadamente notable debe ser para alcanzar el épico estatus de "extraordinario"). Simplemente me ocurrió una pequeña cosa suficientemente insólita. Veamos si logro darme a entender.

Todo pintaba normal al principio; el día anterior había sido alegre en exceso; coincidió el hecatómbico festejo del cumpleaños de mi abogado con el aniversario de mi llegada a la ciudad. Era imperativo celebrar. Y se celebró.
A la mañana siguiente me encontraba en CU esperando a un viejo conocido. Llamémoslo Mr. H para evitar conflictos. Mr. H es un sujeto con aspecto de sacerdote azteca y con cabello digno de Verónica Castro. En su cuerpo abundan tatuajes que -por más él desee lo contrario- siempre parecen incompletos.
Mr. H llegó acompañado de un amigo suyo. Un piloto. El amigo jamás aprendió mi nombre y optó por referirse a mi como "el nene" (público yucateco; pronuncien "nene", no "nené"). El amigo iba motorizado; en su vehículo sólo había dos clases de música: estrepitosa duranguense o el universalmente aceptado Depeche Mode. La duranguense en cuestión oscilaba entre dos categorías; la simplemente espantosa y la rotundamente atroz. El coche arrancó y al instante estuvimos a punto de chocar de forma letal con un poste, un taxi y un camión (en ése orden). Entonces noté lo que debía sospechar ya: el buenazo del piloto estaba completamente ebrio.
Tan pronto arrancamos, el peculiar par fue a por cervezas (las cuáles no me incomodaron). Pero tenían algo más obscuro entre manos y empecé a temer por mi bienestar: por dos horas manejaron haciendo paradas en lugares diversos. En cada lugar recogían un paquete o dos. Cada paquete consistía de una botella de agua bonafont en cuyo pegajoso interior no había agua propiamente dicha.
Resultaba evidente: algún impío brebaje pretendían preparar.
Los interrogué al respecto; obtuve múltiples evasivas y ninguna respuesta concreta.
Ni manera, yo solo me había metido en el predicamento. Justo era que jugara el papel hasta su última consecuencia. Y es que debí darme cuenta de lo que podía ocurrir. Estamos hablando de un viaje en el cuál mis guías se deleitaban con esa obscena música mientras gritaban improperios más obscenos aún a toda chica y todo coche que pudieran. Y claro, contaban historias. Oh, qué historias. Exageraciones más grandes no oía desde la última vez que fui a misa. Se habían vuelto vecinos por accidente, y cada uno vivía con una chica de la cuál no buscaban cómo librarse. Las chicas, por supuesto, eran las verdaderas víctimas/protagonistas de las historias. Ellos figuraban como villanos/antagonistas; nada más genial.
Eventualmente juntaron todas las piezas y, como cuando Simon Belmont juntó las partes perdidas del cuerpo de Drácula, invocaron con ellas un mal innombrable.
Luego ese mal se cernió sobre mi.

Estando, como dice un entrañable amigo, "más puesto que un calcetín" emprendí el tortuoso regreso a mi hogar.

Ésta vez sí sé cómo llegué a casa; y eso es algo que debió haber bastado para hacerme sospechar que las cosas no eran lo que debían ser.

Y es que, el evento extraordinario en cuestión, ocurrió apenas llegué a mi casa.
Pero eso es algo que contaré en la segunda parte de esto.
(no soy fan de los posts largos, aunque los frecuente)

Siempre quise terminar en cliffhanger.
Hoy es mi día.

sábado, 4 de octubre de 2008

Much ado about nothing


Me dice una de mis compañeras de trabajo que el diablo se metió a su guitarra electroacústica.
Esto, debo admitirlo, es nuevo para mi. He escuchado de casos en los que el diablo se ha intoducido a computadoras, a vehículos, a niños y uno que otro animal. El diablo ha perdido "catego". Compus, coches y bebés los entiendo; son excelentes medios para hacer el mal. Incluso lo de los bebés es demasiado obvio, de por sí son malvados. Pero la guitarra electroacústica de una chica que toca en el metro es absurdo.
El caso es que intenté explicarle a mi compañera éstas cosas. Fracaso rotundo; mis palabras -aunque aparentemente coherentes- no podían ser ciertas. ¿Por qué? porque su amigo chamán confirmó la diabólica presencia.

Luego intentó convencerme de llevar a bendecir mi dinero. Para que durara más, se entiende.

Mi horóscopo dice que me prepare para un viaje. Mi horóscopo tiene razón; la próxima semana conoceré Guadalajara y no sé si regrese. Debo alcanzar Guadalajara y de ahí llegar a Zapopan. Debo inflitrarme entre los metaleros sin que sospechen que no soy uno de ellos. Debo regresar al Df antes del lunes o perderé mi trabajo.
Lo mejor es que lo único que sé de Guadalajara es lo que puedo deducir del nombre. Y eso tampoco es mucho (sólo que asumo que la palabra "Guadalajara" es árabe).

Pero no importa, estoy de buen humor: hoy cumplo un año de haber llegado al Df.
Contra todo pronóstico estoy vivo. Y nada me hace pensar que no vaya a seguir estándolo por otro rato.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

Algo obscenito.


(Lo que sigue puede ser considerado por muchos como algo "procaz". No duden; si la primera frase no les convence no sigan leyendo)

Es hermoso tener un pene.
Con un pene nunca estás realmente solo.
Ayer fue uno de esos días. Te despiertas a las seis de la mañana y te duermes a las 2 de la mañana. Todo el tiempo bebes café a galones. El café te estimula y te lleva al baño al menos una vez cada hora. De seis a dos hay muchas horas. Tuve mucho tiempo para meditar.

Nadie que tenga pene puede negar que el acto de orinar es, ante todo, un acto lúdico. El hecho de ser capaz de apuntar es sólo el principio. ¿Quién es capaz de negar que juega con su pene cuando orina? ¿Acaso no hemos intentado todos modular los orines para que -al hacer contacto con el agua del retrete- produzcan poco ruido? ¿Quién no ha trazado figuras o escrito su nombre en pipí? Y lo que es más, ante el reto del mingitorio... ¿Podemos negarnos a intentar acertar a los diminutos agujeros sin salpicar?. Y eso no es todo, a veces intentamos justamente lo contrario (ser muy ruidosos, salpicar, borrar alguna mancha con la fuerza purificadora de la micción, etc). Sólo nuestra imaginación nos limita, pero, la verdad sea dicha, pasamos tanto tiempo de nuestras vidas ante retretes y mingitorios que siempre contamos con estímulos para dicha imaginación.

Habrá, sin embargo, quien niegue haber jugado de ésta forma. O, lo que es más común, quien niegue hacerlo después de los siete años. Sinceramente, espero que mientan. Esa negación a un placer tan sencillo y tan gratuito no es simple masoquismo. Es estupidez.
Cuando cuentas con una herramienta proporcionadora de diversión entre las piernas y no la usas, estás desafiando el orden natural de las cosas. ¿Por qué negar que orinar es placentero? Y, si hemos de aceptar que lo es, ¿por qué limitar las posibilidades de ése placer?.

Hay días -los mejores- en que nuestro pene nos da sorpresas. A veces introduce elementos nuevos al acto que ya creemos dominar. En otras palabras; no sólo permite que juguemos con él, también él, de vez en cuando, juega con nosotros.
Un día puedes postrarte, seguro de ti mismo, ante tu retrete de confianza. Aflojas el cinturón, bajas la bragueta, deslizas el calzoncillo, tomas con firmeza al bueno de tu pene, apuntas (imaginemos que con fastidio) y disparas. Pero algo ha salido mal. El pánico te domina: ante tus ojos, la orina sale en dos direcciones. ¡Una bifurcación imprevista!. No tienes tiempo que perder, ni siquiera tienes tiempo de pensar, la adrenalina corre por tu cuerpo y en ese vertiginoso momento brincas a una posición desde la cual puedas maniobrar el doble chorro que tu pene ha decidido expulsar esa mañana. Pero la diversión no termina ahí, oh no. Cuando crees que has sorteado el obstáculo y empiezas a planear la mejor forma de corregir los daños, la orina cambia nuevamente su curso.
...
Al final, no puedes hacer otra cosa salvo admirar el resultado: ahí estás, con un pie en la tapa del excusado, el otro lo más atrás posible, con el pene en un ángulo cenital respecto al retrete, y el sanitario entero salpicado. Tus pantalones salpicados. Quizás hasta tu rostro haya quedado salpicado. El único que se muestra triunfalmente seco es tu pene. E incluso entonces podría recurrir a esos felices espasmos de despedida, cuando -terminado el chorro principal- hace el encore y arroja la orina que le quedaba.
Mientras limpias, avergonzado, la escena del crimen, no puedes evitar sentir un cierto grado de subversivo orgullo.
Un resultado similar ocurre cuando intentas orinar con un pene en posición de firmes.

El punto es que no puedes bajar la guardia. Cada vez que la micción te llama, acudes a su llamado dispuesto a entregarle toda tu atención (más te vale). En ése momento, sólo existen dos personas en el mundo: tu pene y tú. Todo lo demás es superfluo. En ése instante no importa si tu vida es miserable, si tus días están contados, si estás deprimido... lo único que importa es orinar bien. El mundo desaparece y -cosa inevitable- te entregas a jugar con esa parte autónoma de tu cuerpo llamada pene.
Orinar es terapéutico.

Mucha de la felicidad y del dolor de los hombres empieza y termina en sus penes. Todos han temido por su tamaño, por su vellosidad, por su potencia. Todos los aspectos y detalles se miden y se comparan. Cada elemento del pene se convierte en el símbolo de algún atributo deseable o desdeñable para el hombre. Es común escuchar frases como "bolas de acero", "mis huevos", "no me cabía el condón", etc. Fanfarronadas, no hay duda. Pero algo podemos aprender de ellas. Todo lo que el hombre hace, eventualmente pasa por su pene.
Sobre todo por su tamaño.
Bombas agranda-penes, leyendas que atan su tamaño al número de calzado, libros que nos dicen que el pene de Sinatra medía 30 cm -igual que el de Rasputín- y que el de Napoleón apenas alcanzaba los 6 centímetros (erecto, por supuesto). ¿Puede un hombre vivir una vida plena y feliz si cree que su pene es pequeño?
Tengo miedo de responder a esa pregunta.
Lo único seguro es que no puedes poseer un miembro viril sin someterte a su falocracia. Y, dado que eres esclavo de tu pene, más te vale aprender a disfrutarlo y hacer las paces con él.

Insisto, es hermoso tener un pene. Pero si no eres astuto, puede ser abominable.
Bueno.
Voy al baño.

martes, 9 de septiembre de 2008

Una advertencia justa.


Una chica te invita a una fiesta.
Analizas la situación, le echas un buen vistazo a la chica (evitando vulgaridades innecesarias y fomentando las obscenidades de rigor), determinas que es guapa. Muy guapa. Aceptas.
Ése es el "setting", pasemos ahora a lo que merece contarse.

Llegué al lugar donde fui citado; ella tardó casi una hora en aparecer. Cuando finalmente la encontré, supe que debíamos esperar también a su prima; primer chasco de la noche. Muchos más habrían de venir (si no, no escribiría esto).
Resultó que la chica que me invitó a la fiesta no estaba propiamente invitada; contaba con localizar a cierta amiga suya -que sí estaba invitada- y colarse al cumpleaños de otra mujer a la que, además, no le cae bien.
La narración me exige omitir lo innecesario así que resumiré un poco las cosas. Digamos solamente que usando cantidades excesivas de voluntad llegamos a la zona de la fiesta. No a la fiesta en sí, simplemente al área en la que se encontraba. Ahí, bajo la lluvia, nos paramos a observar a la gente que paseaba por ahí con la esperanza de encontrar a alguien que nos guiara a nuestro destino. Sorprendentemente, alguien así apareció al poco tiempo y nos llevó al último piso de un edificio (que estaba junto a un hotel de paso). Entramos.
...

El departamento no tenía luz; esa misma tarde la habían cortado. Un grupo de gente que nos veía con comprensible extrañeza estaba sentada en el piso: eran pocos. Buscamos un espacio y optamos por esperar. Justo cuando alguien hizo el intento de conversar con mi amiga (conmigo no: yo era el invitado de la chica que no estaba invitada, yo no merecía siquiera el beneficio de la duda), justo cuando alguien al fin intentaba romper el incómodo ambiente, yo destrocé una chela. Y no una chela cualquiera. Una caguama. Y lo que es más, una de esas de 27% extra... y estaba llena.
Cristales rotos, trapeadores de emergencia, gritos en la penumbra (no había luz) y múltiples miradas de reproche. No hacía falta luz para saber que si no hacía algo pronto el ambiente iba a ponerse intolerable y potencialmente peligroso. Resignado, saqué la mitad de todos mis ahorros (mis ahorros consistían de 400 pesos... hagan el cálculo) y ofrecí poner una ronda.
Era una estratagema riesgosa, podía no funcionar y yo aún así hubiera perdido mi dinero. Pero tenía que hacer el intento, no era sólo mi cabeza la que estaba en juego.
El plan comenzó a dar resultados, los ánimos se relajaron y pronto la gente olvidó -en mayor o menor medida- lo ocurrido. Pero yo seguía abochornado y poco a poco mi capacidad de decir que "no" fue desapareciendo. No pude negarme al mezcal. No pude negarme a bailar. Y es aquí donde hay que hacer hincapié. Yo no sé bailar, yo no puedo bailar. Los únicos bailes que he observado detenidamente son los de las nenas del "Safari's"; y cuando bailo, no puedo evitar imitarlas. En otras palabras, procedí a utilizar a todas las personas de la fiesta como tubos de table-dance.
Y, por qué no, todo al ritmo de Depeche Mode.
Que Dios me perdone.

...

Una chica te invita a una fiesta. Es guapa.
Cuidado; sin duda se trata de una trampa.

P.d. Por si alguien notó la incongruencia de que a pesar de la ausencia de luz en el departamento hubiera música (Depeche Mode, para ser precisos): yo estoy igual de confundido por eso. No me lo explico.

lunes, 8 de septiembre de 2008

Farmacopea galore.


Una semana duró el suplicio. Una semana consumiendo antibióticos de manera fanática.
Los médicos, x'menes, chamanes y vecinas con conocimientos farmacéuticos no saben lo que le hacen a las mentes susceptibles.
Me explico:
Cuando era niño odiaba, como todos los niños, tomar mis medicinas. Recurría a toda clase de tretas, fraudes, engaños y simples y llanas mentiras con tal de evadirlas, de darles el esquinazo. Esto -inevitablemente- terminó por preocupar a mis parientes más cercanos, los cuales, con tal de proporcionarme un poco de tan necesaria conciencia, optaron por ponerme en manos de expertos que me explicaron las posibles consecuencias de mi negligencia. Las consencuencias, vale la pena aclararlo, eran más o menos las siguientes:
"El bicho en tu estómago (mi infección era estomacal) debe ser aniquilado con esos potentes antibióticos que te hemos dado. Para lograr un exorcismo completo es necesario que ingieras varias dosis a horas precisas; si una sola de las dosis falta, el bicho obtendrá un segunda -y potencialmente fatal- oportunidad. Asimilará la medicina, buscará sus puntos débiles, mutará y se hará más fuerte. No podrá matarlo ya. Y cada vez que hagas eso, el bicho se hará más y más poderoso".
En mi imaginación, las cosas pueden resultar harto truculentas.
Los médicos, y otros de su estirpe, no se dan cuenta. Cuando dicen "bichos", el ser humano normal piensa en cucarachas, hormigas, escarabajos, Elba Esther, y otros monstruos repugnantes.
Viví la última semana atormentado, llevando mis pastillas a todos lados. Tomándolas precisamente cada doce horas -ni un minuto más, ni un minuto menos-, presa del más absoluto de los pánicos. Cada noche la misma pesadilla: hordas de "bichos" desgarrando mis entrañas, surgiendo de mi despedazado estómago y causando muerte y destrucción en el mundo. Y es que hay que entender, con esas pastillas, no sólo me salvé yo; nos salvé a todos.

P.d: Otra verdad, sólo un hombre sin alma puede pronunciar la palabra "esternocleidomastoideo" sin estremecerse.