martes, 9 de septiembre de 2008

Una advertencia justa.


Una chica te invita a una fiesta.
Analizas la situación, le echas un buen vistazo a la chica (evitando vulgaridades innecesarias y fomentando las obscenidades de rigor), determinas que es guapa. Muy guapa. Aceptas.
Ése es el "setting", pasemos ahora a lo que merece contarse.

Llegué al lugar donde fui citado; ella tardó casi una hora en aparecer. Cuando finalmente la encontré, supe que debíamos esperar también a su prima; primer chasco de la noche. Muchos más habrían de venir (si no, no escribiría esto).
Resultó que la chica que me invitó a la fiesta no estaba propiamente invitada; contaba con localizar a cierta amiga suya -que sí estaba invitada- y colarse al cumpleaños de otra mujer a la que, además, no le cae bien.
La narración me exige omitir lo innecesario así que resumiré un poco las cosas. Digamos solamente que usando cantidades excesivas de voluntad llegamos a la zona de la fiesta. No a la fiesta en sí, simplemente al área en la que se encontraba. Ahí, bajo la lluvia, nos paramos a observar a la gente que paseaba por ahí con la esperanza de encontrar a alguien que nos guiara a nuestro destino. Sorprendentemente, alguien así apareció al poco tiempo y nos llevó al último piso de un edificio (que estaba junto a un hotel de paso). Entramos.
...

El departamento no tenía luz; esa misma tarde la habían cortado. Un grupo de gente que nos veía con comprensible extrañeza estaba sentada en el piso: eran pocos. Buscamos un espacio y optamos por esperar. Justo cuando alguien hizo el intento de conversar con mi amiga (conmigo no: yo era el invitado de la chica que no estaba invitada, yo no merecía siquiera el beneficio de la duda), justo cuando alguien al fin intentaba romper el incómodo ambiente, yo destrocé una chela. Y no una chela cualquiera. Una caguama. Y lo que es más, una de esas de 27% extra... y estaba llena.
Cristales rotos, trapeadores de emergencia, gritos en la penumbra (no había luz) y múltiples miradas de reproche. No hacía falta luz para saber que si no hacía algo pronto el ambiente iba a ponerse intolerable y potencialmente peligroso. Resignado, saqué la mitad de todos mis ahorros (mis ahorros consistían de 400 pesos... hagan el cálculo) y ofrecí poner una ronda.
Era una estratagema riesgosa, podía no funcionar y yo aún así hubiera perdido mi dinero. Pero tenía que hacer el intento, no era sólo mi cabeza la que estaba en juego.
El plan comenzó a dar resultados, los ánimos se relajaron y pronto la gente olvidó -en mayor o menor medida- lo ocurrido. Pero yo seguía abochornado y poco a poco mi capacidad de decir que "no" fue desapareciendo. No pude negarme al mezcal. No pude negarme a bailar. Y es aquí donde hay que hacer hincapié. Yo no sé bailar, yo no puedo bailar. Los únicos bailes que he observado detenidamente son los de las nenas del "Safari's"; y cuando bailo, no puedo evitar imitarlas. En otras palabras, procedí a utilizar a todas las personas de la fiesta como tubos de table-dance.
Y, por qué no, todo al ritmo de Depeche Mode.
Que Dios me perdone.

...

Una chica te invita a una fiesta. Es guapa.
Cuidado; sin duda se trata de una trampa.

P.d. Por si alguien notó la incongruencia de que a pesar de la ausencia de luz en el departamento hubiera música (Depeche Mode, para ser precisos): yo estoy igual de confundido por eso. No me lo explico.

3 comentarios:

Bee dijo...

Yo tampoco sé bailar, pero pienso que lo que hiciste es digno de admiración. ¿Qué canción era?

Anónimo dijo...

La música se explica con una corriente alterna, separada a la que falló y determina las luces.
A menos que proviniera de un electrodoméstico que solo requiere ser recargado de vez en cuando o quizás pilas.

Unknown dijo...

ajajaja.
Para eso una carga con el iPod lleno de musica despreciable, si es que se puede clasificar ese tipo de cosas como musica.