lunes, 6 de octubre de 2008

Delirium Cordia Parte 1


Ayer viví el día más memorable de mi vida. El más extraordinario, se entiende.
Y no es que el día haya sido extraordinario de principio a fin (que es como suele imaginar la gente que un día adecuadamente notable debe ser para alcanzar el épico estatus de "extraordinario"). Simplemente me ocurrió una pequeña cosa suficientemente insólita. Veamos si logro darme a entender.

Todo pintaba normal al principio; el día anterior había sido alegre en exceso; coincidió el hecatómbico festejo del cumpleaños de mi abogado con el aniversario de mi llegada a la ciudad. Era imperativo celebrar. Y se celebró.
A la mañana siguiente me encontraba en CU esperando a un viejo conocido. Llamémoslo Mr. H para evitar conflictos. Mr. H es un sujeto con aspecto de sacerdote azteca y con cabello digno de Verónica Castro. En su cuerpo abundan tatuajes que -por más él desee lo contrario- siempre parecen incompletos.
Mr. H llegó acompañado de un amigo suyo. Un piloto. El amigo jamás aprendió mi nombre y optó por referirse a mi como "el nene" (público yucateco; pronuncien "nene", no "nené"). El amigo iba motorizado; en su vehículo sólo había dos clases de música: estrepitosa duranguense o el universalmente aceptado Depeche Mode. La duranguense en cuestión oscilaba entre dos categorías; la simplemente espantosa y la rotundamente atroz. El coche arrancó y al instante estuvimos a punto de chocar de forma letal con un poste, un taxi y un camión (en ése orden). Entonces noté lo que debía sospechar ya: el buenazo del piloto estaba completamente ebrio.
Tan pronto arrancamos, el peculiar par fue a por cervezas (las cuáles no me incomodaron). Pero tenían algo más obscuro entre manos y empecé a temer por mi bienestar: por dos horas manejaron haciendo paradas en lugares diversos. En cada lugar recogían un paquete o dos. Cada paquete consistía de una botella de agua bonafont en cuyo pegajoso interior no había agua propiamente dicha.
Resultaba evidente: algún impío brebaje pretendían preparar.
Los interrogué al respecto; obtuve múltiples evasivas y ninguna respuesta concreta.
Ni manera, yo solo me había metido en el predicamento. Justo era que jugara el papel hasta su última consecuencia. Y es que debí darme cuenta de lo que podía ocurrir. Estamos hablando de un viaje en el cuál mis guías se deleitaban con esa obscena música mientras gritaban improperios más obscenos aún a toda chica y todo coche que pudieran. Y claro, contaban historias. Oh, qué historias. Exageraciones más grandes no oía desde la última vez que fui a misa. Se habían vuelto vecinos por accidente, y cada uno vivía con una chica de la cuál no buscaban cómo librarse. Las chicas, por supuesto, eran las verdaderas víctimas/protagonistas de las historias. Ellos figuraban como villanos/antagonistas; nada más genial.
Eventualmente juntaron todas las piezas y, como cuando Simon Belmont juntó las partes perdidas del cuerpo de Drácula, invocaron con ellas un mal innombrable.
Luego ese mal se cernió sobre mi.

Estando, como dice un entrañable amigo, "más puesto que un calcetín" emprendí el tortuoso regreso a mi hogar.

Ésta vez sí sé cómo llegué a casa; y eso es algo que debió haber bastado para hacerme sospechar que las cosas no eran lo que debían ser.

Y es que, el evento extraordinario en cuestión, ocurrió apenas llegué a mi casa.
Pero eso es algo que contaré en la segunda parte de esto.
(no soy fan de los posts largos, aunque los frecuente)

Siempre quise terminar en cliffhanger.
Hoy es mi día.

2 comentarios:

Bee dijo...

Noooooo!!!

Ahora veo que he ahorrado sufrimiento a mis lectores haciendo posts Tolkenianamente largos XD

Sofia Best dijo...

tic toc... esperando Delirium Corda Parte 2... ajajaja