jueves, 26 de marzo de 2009

Me lo busqué

Eran aproximadamente las diez de la noche.
Yo había decidido acompañar a cierta chica hasta su casa. Intentaba ser galante y cortés pero, huelga decirlo, ni mis cortesías ni mis galanteos llegaron a buen término; de lo contrario no escribiría esto.

Todo empezó a ir mal desde que me di cuenta de a qué zona había ido a meterme: "portales" (zona parcialmente infame a raíz de su prominente movimiento vándalo/gamberro). Al ser más de las diez de la noche comencé a sospechar que lo que hacía era quizás insensato. Pero no era momento de acobardarse y seguimos adelante. Al acercarnos a una calle llamada "repúblicas" (justo antes de llegar a la esquina) un sujeto se cruzó con nosotros. No le dimos importancia... pero cuando un segundo sujeto salió a nuestro encuentro supimos que la noche se pondría desagradable. El segundo tipo se las daba de asaltante chapado a la antigua: llevaba paliacate en la boca (a la usanza de los westerns) y a la chica ni la miró. No sé si por adherencia a un código de honor arcano o por miedo a ser atrapado y tener que lidiar con acusaciones de índole sexosa. El sujeto blandía una pistola y con urgencia nos solicitó despojarnos de nuestras valiosas pertenencias. Al ocurrir esto, el individuo con quien nos habíamos cruzado antes regresó de forma triunfal, con todo y su propio paliacate y su propia pistola. Procedieron a vaciar mis bolsillos de forma manual (dado que yo estaba paralizado y no reaccionaba con suficiente velocidad) y a solicitarle a la chica que se despojara de un anillo. Hecho esto, pusieron pies en polvorosa. Dieron vuelta en la esquina y desaparecieron. Sin duda tenían coche, de lo contrario no hubieran podido emprender la graciosa huída con -valga decirlo- tanta gracia.
El caso es que nos quedamos ahí, a la mitad de la calle con esa idiota inmunidad que cree sentir el que ya fue asaltado una vez en una noche: uno asume que no volverá a ocurrir ese mismo día.
En esas andábamos cuando otro sujeto de extravagante aspecto salió a nuestro encuentro. El tipo se presentó con el nombre de "El Lobo". Y a decir verdad el apodo le iba bien: llevaba unos apretados pantalones de tela misteriosa, unas botas tipo militar, playera metida en el pantalón y ceñida por un "canguro" en el que, como averiguamos más tarde, llevaba no uno, sino dos celulares. El conjunto terminaba de adquirir su exotismo con el detalle de que el tipo debía medir 1.85 al menos. En medio de sus alebrestadas explicaciones pude deducir lo siguiente:
a) Estaba loco
b) Se las daba de vigilante (aseguraba haber visto todo, haber anotado las placas del coche en el que huyeron y hasta nos contó historias sobre las múltiples violaciones, asaltos y secuestros que él había evitado llamando a la policía)
c) Aunque no padecía ecolalia, no estaba tan lejos de ello. Durante la hora que estuvimos con él, nos contó las mismas historias al menos unas cinco veces. Resultó imposible romper el flujo de sus repeticiones: si uno intentaba insinuar que conocía ya el desenlace de la historia, el "Lobo" se limitaba a subir el tono de voz y expresarse con más candor que antes.
d) Si bien sí conocía a (y era conocido por) los policías de la zona, estos últimos no lo tomaban en serio.
Lo que ocurrió fue esto: el Lobo nos contó que había visto lo ocurrido, que había visto el coche y que había anotado el número de placas. Nos pidió que mantuviéramos la calma y sacó un celular -que no era el que tenía en la mano- de su canguro y habló con un policía -o eso dijo. Nos aseguró que algunos policías estaba en camino pero que los otros ya estarían buscando a los malhechores. Sólo debíamos esperar...
Media hora después, nadie llegaba.
El "lobo" nos contaba por tercera o cuarta vez la historia de una chica a la que él salvó mediante el sencillo sistema de enviar policías en su dirección, y ya se disponía a hablarnos por quinta vez de su hija (que lo odia por influencia de "la maldita de su madre") cuando salió una mujer de la casa de la esquina. Saludó al "lobo" y nos aseguró que el "lobito" era persona de fiar. Al parecer, él trabaja de jardinero en la zona... entre otras cosas. Mientras nos explicaba eso, llegaron los policías, confirmaron la historia del señor don Lobo y partieron en pos de los golfos que nos habían asaltado; pero no sin antes exigirnos (a la chica y a mi) que acudiéramos al ministerio a denunciar. Y hasta ahora no sé por qué les hicimos caso.
El "lobito" nos pidió que lo esperáramos mientras él se cambiaba de ropa (aparentemente poseía una muda de ropa en la casa de la señora de la esquina); no quería -dijo- que nos fueramos solos. Era peligroso.
Eventualmente salió y nos acompañó por un rato; en medio de sus monótonos y repetitivos discursos insistía también en llevarnos al ministerio en su coche. Esta fue una oferta que sí pudimos rechazar. Al llegar a la calzada de tlalpan, intentó darnos dinero para un taxi, pero lo rechacé (no recuerdo con qué argumento).
Mientras el taxi se alejaba, pudimos distinguir la silueta del "lobo" adentrándose en las calles una vez más. No pudimos evitar sonreír; pase lo que pase, el "lobo" nos cuidará.
...
Y aunque no sea el final de la historia (la historia terminó la semana pasada cuando un judicial vino a buscarme), ciertamente se siente como si lo fuera. Así que, aunque sea por hoy, lo será.

2 comentarios:

Bee dijo...

El Lobo...
interesantes casos donde la demencia no tratada y le justicia intersectan.

(aullido y una luna antinaturalmente grande en un paisaje urbano)

El lobo:

Porque en un mundo violento, sólo la locura puede salvarnos

(musiquita de suspenso)

Sofia Best dijo...

oh honey pie.
Q horror... El lobo?? WTF??!!
No cabe duda de q este tipo de cosas solo te suceden a ti.