miércoles, 29 de octubre de 2008

Guarda el cambio, inmundo animal.


(Estoy posteando de manera furtiva desde mi trabajo. Disculpen los errores propios de las prisas y de la paranoia)


Y así, nos encontramos de pronto en pleno centro de Guadalajara. Pusimos ojo avisor y buscamos algún sitio adecuado para comer. Pero, ay, ¡magra fortuna!, ni adecuado ni todo lo contrario. Sitios para comer simplemente no habían. El chasco inicial no nos hizo mella; comenzamos a caminar sin rumbo en pos de las famosas tortas ahogadas y de la esquiva birria. Tras (aproximadamente) una hora de caminata nos detuvimos a reflexionar. Un recuento de lo que habíamos visto nos obligo a aceptar nuestra realidad: desde nuestra llegada habíamos encontrado tan sólo cuatro establecimientos de comida. A saber: un Burger King, un McDonalds, un Subway y un restaurante de pizzas caseras. De tortas ahogadas no había rastro alguno, y de la birria ni se diga. Así pues, muy renuéntemente entramos al burger king. Tras engullir nuestra costosa y poco nutritiva hamburguesa descansamos un rato en el parque; nuestra posición era privilegiada y pudimos sacar las primeras conclusiones sobre Guadalajara: En Guadalajara la mayor parte de la gente es delgada. Esto se debe, sin duda, a las pocas ofertas que sus calles ofrecen a los hambrientos. Ni un puesto de tacos o de tortas decora las esquinas, las cocinas económicas brillan por su ausencia y las fondas son del todo desconocidas. Esto a su vez provoca que las féminas tengan un porte esbelto (de ahí su fama en el resto del país).
Justo en eso pensábamos cuando el calor al fin hizo su efecto sobre nosotros; era imperativo obtener una cerveza. Entonces nos golpeó una súbita epifanía, una revelación: no habíamos visto tampoco bar alguno.
Una vez más, y con los ánimos bastante decaídos, emprendimos la marcha.
Muchos prodigios surgieron a nuestro paso: miles de pósters del primer festival de Reggeatón Cristiano con la presentación especial de "Memo y Ungido" ($80 en preventa); una librería donde uno podía adquirir artículos tan exóticos como el maratón bíblico (en cuatro dificultades: infantil, básico, premium y X-tremo) y las Biblias para jóvenes (La Biblia de Mezclilla y la biblia G3 para el nuevo milenio); vimos también carteles de la revista "H para Hombres Extremo" censurados (aunque nada había en ellos que fuera censurable); seguimos por varias calles a una mujer que llevaba por capa la bandera de Alemania (pensamos que quizás pertenecería al club de fans del grupo al que fuimos a ver: nos equivocamos); asistimos a una misa en la catedral, pero pronto huímos perturbados; en general, vimos muchas cosas pero ni un solo bar.
En pleno ataque de desesperación nos subimos a otro autobús. La idea era huír del centro y volver a comenzar la búsqueda desde otro punto.
La providencia nos condujo a la plaza del Sol.
Allí, la fortuna fue más amable con nosotros. Un letrero con la palabra "Caguamas" nos indicó que, tras tres horas, habíamos hallado justamente lo que buscábamos.
El menú consistía casi exclusivamente de extrañas bebidas que llevaban el nombre de "Chelitros".
...
Dos horas después, estábamos en Zapopan. Y nuestra felicidad era tal, que más adecuado sería llamarla euforia.
El concierto duró más de dos horas. El ambiente era positivo en demasía. Y es que, habiendo asistido a ése mismo concierto (pero en el Df), creo poder contrastar el ambiente metalero tapatío con el defeño. Los chicos de Guadalajara son decentes. Se empujan un poco, se entusiasman mucho, pero todos buscan pasarlo bomba sin estorbar a los otros. Ahora bien, aunque esto es verdad, hay excepciones. Y es que en guadalajara existe algo extraño; el metalero de pelo corto y camiseta fajada.
Éste peculiar especimen existe en todos lados, pero en Guadalajara lo vi con una potencia inusitada. Va al concierto con playera de Metallica (lo cual está fuera de lugar en un concierto de Power Metal), lleva el ceño fruncido, los labios apretados, parpadea poco, para desvíar la mirada gira el cuello entero; es, en resumen, encantador.
Incluso, cerca del final, uno de los pelicortos (lo malo no es llevar el pelo corto, lo malo es llevar corte militar cuando no se es de la milicia) se sintió agredido por mi terquedad. Lo que ocurrió fue que él insistía en que yo me hiciera a un lado para avanzar y yo, al ver que el concierto había terminado, intentaba retroceder. Ninguno cedía, él porque eso hubiera puesto en entredicho su virilidad y yo -al no tener virilidad alguna que defender- pretendí explicarle que el concierto había terminado y lo único razonable era la retirada generalizada. Me torció el brazo e insistió en que no volviera a tocarlo; y aquí la idiotez me ayudó a parecer valiente y hasta insolente. Le dije algo como "mientras agarres mi brazo, tengo, por fuerza, que seguir tocándote". Sonó a fanfarronada y mi abogado intervino. El tipo optó por la retirada más digna posible ("si me vuelves a tocar te parto la madre"), yo al fin capté lo que había pasado (todo ese tiempo creí sostener una conversación donde las dos partes pretendían aclarar un malentendido) y mi abogado le dió una pequeña patada en el culo, misma que el tipo no se tomó la molestia de devolver.
Estando así las cosas emprendimos el camino al hotel.
Un seven eleven nos proporcionó nuestra frugal cena: mi abogado obtuvo al fin su deseada birria, pero al ser de lonchibón no pudo terminar de comérsela (era hedionda).
Al día siguiente, intentamos llegar al aereopuerto en autobús. Lo conseguimos, pero la próxima vez pagaré un taxi: los autobuses no tienen una ruta fija ni una dirección específica. Subirse a uno es una aventura demasiado extrema. El primero al que nos subimos nos bajó en la carretera; ya en la carretera todos los camiones parecían esquivarnos. El autobús que buscábamos parecía no existir.
Por supuesto, al final lo encontramos. Lo divisamos a lo lejos, corrimos tras él, estuvimos a punto de perderlo y en el último instante nos notó y se detuvo. sudorosos, agotados, crudos y llenos de ése miedo que sólo la carretera sabe provocar emprendimos el camino al aereopuerto. El trecho final lo caminamos.
...
Ya dentro del avión, mi abogado y yo juramos regresar a Guadalajara; la tierra que nos recordó el significado del miedo.

miércoles, 22 de octubre de 2008

Jesús es la onda.




Seis y media de la mañana.
Sábado.
En vez de estar yendo a dormir -como dicta la moral- estaba despertando. El sueño había sido reparador y largo. El día que tenía ante mi habría de ser desgastante.
Llegamos al aereopuerto (mi abogado y yo) cinco minutos antes del vuelo. Nada había que temer; no teníamos ni siquiera equipaje de mano.
¿Nuestro destino?
Guadalajara.

Antes de continuar, aclararé algunas cosas. Guadalajara, estoy seguro, es un lugar muy lindo; tiene gente muy razonable y maravillas invaluables. Si yo no encontré nada de eso, sin duda el error fue mío. Y es que yo no buscaba ni invaluables prodigios ni personas prudentes. Yo buscaba Heavy Metal alemán. Y. aunque lo encontré, Guadalajara me asustó. Y me asustó mucho.

Sea como sea, el avión fue puntual. Llegamos a Guadalajara temprano y con bastantes bríos. No teníamos prisa (faltaban bastantes horas para el concierto) así que buscamos un autobús que del aeropuerto nos llevase al centro. Lo encontramos. Tras pagar la excesiva tarifa nos acomodamos en el camión a esperar. Y vaya que esperamos. El buenazo del chofer no se decidía a prender el coche (tal vez no sabía cómo). Mientras tanto, una música, que para mi era nueva, aderezaba el ambiente. No sé a qué ritmos fuimos sometidos; nunca los había escuchado. Era como la duranguense, pero más lenta. Era como la música de banda, pero aún peor. Escucharla por diez segundos te hacía reír; escucharla por 20 podía provocar daño psicológico irreparable.
En esas circunstancias mi abogado y yo debíamos sostener una conversación constante; de manera tal que no hubieran hiatos mayores a los veinte segundos ya mencionados. Esto se volvió demencial después de un rato... pero entonces, el mismísimo Dios (o algo así) intervino. Y es que Guadalajara ya no estaba lejos. Un espectacular con la leyenda "Jesús es la onda" decoraba el majestuoso firmamento tapatío. Detrás de ése, otro que decía "Jesús quiere vivir en ti" (el único que no vi es el que acompaña a éste texto). Antes de bajar del camión alcanzamos a ver un último espectácular que representaba a la virgen de Guadalupe y decía "La virgen no quiere que abortes".
Después de eso, un monumento que representaba tres gigantescas botellas de tequila cerraba el cuadro.
Bueno, me he prolongado.
El viernes continuaré.
Aún faltan muchas otras maravillas por describir; nada he dicho aún de "Memo y Ungido", exitosos reggeatoneros cristianos. Aún no hablo de las vertiginosas circunstancias que precedieron a mi encuentro con la exótica "Biblia de mezclilla" y con el "Maratón Bíblico X-tremo". Y aún no hablo del Heavy Metal alemán y de los metaleros de pelo corto.

Y es que, la verdad, en Guadalajara me sentí como en casa.

miércoles, 15 de octubre de 2008

Una conclusión (Delirium Cordia 2)


Muy bien.
Después de ingerir la exótica ambrosía de Mr. H y "el piloto" puse pies en polvorosa.
Un uso mesurado de los transportes públicos (a saber: Autobús, metro y autobús otra vez) me llevó hasta mi casa. La casa estaba vacía. Sin titubear ataqué la cocina con todo éxito y me dormí.
Al poco tiempo desperté y vi una película terriblemente estrambótica:
Todo ocurría en un hotel de dos estrellas que, a pesar de su baja categoría, era inmenso. Su inmensidad importaba poco pues los personajes principales (héroe y chica indefensa) jamás abandonan su habitación en el hotel. Y si no la abandonan es porque un maléfico mafioso los acecha con la explícita intención de matarlos.
¿Por qué matar a esa ridícula e insulsa pareja?
De la lentitud en obtener una respuesta a esa pregunta - y del inminente encuentro entre el mafioso y aquellos a quienes les desea la muerte- nace el suspenso que tan intrigado me tenía.
Escena tras escena la película nos va soltando información sobre las posibles razones del mafioso para buscar con tanto afán la muerte de ése par de pelagatos; mientras el par de pelagatos en cuestión abandona la idea de buscar una salvación (por demás imposible) y se va sumiendo en una resignación que raya en apatía. Al final hay twists inesperados; la chica le ha mentido toda la película al héroe, el mafioso no busca lo que parece buscar y el héroe es aún más imbécil de lo que se sospechaba.

***

Al terminar la película se la expliqué a mi abogado y a mi hermano, o por lo menos lo intenté. Cada vez que comenzaba a contarla recordaba escenas que no había notado mientras la veía. Elementos nuevos e insólitos se iban agregando a la trama. Al final, la película que les conté era épica. Había sobrepasado sus modestos límites de película de golden choice.
Luego metí mi ropa a la lavadora, la colgué y dormí de nuevo.
...
¡Pero no!
Entonces ocurrió.
Todo el día se vino abajo y un súbito ataque de pánico se apoderó de mi.
Me explico:
Simplemente fue una cuestión de seguir recordando esa maldita softcore. Eventualmente me di cuenta de que no la pude haber visto. De que no se la pude haber contado a mi hermano (por la simple y sencilla razón de que mi hermano estaba muy, muy lejos). De que había estado en mi cama todo el día.
Algo tranquilizado por esa idea, bajé a comer algo. Con horror descubrí algunas evidencias de que no había pasado el domingo en cama: el refrigerador conservaba las marcas de mi presencia y mi ropa estaba lavada y tendida en el patio.
Nunca sabré qué ocurrió en realidad, pero lo que sí sé es que no estuve en cama ( y más me hubiera valido).
En vez de ver una película me entregué a productivos actos como arrojar al piso las sábanas de mi abogado (estaban encima de la lavadora que utilicé... y me estorbaban), citar a alguien que me gusta y luego no acudir a la cita, llenar mi cuarto de post-its con mensajes crípticos, extraviar mis anteojos, mi tarjeta de débito, mi llave de la casa (y una camiseta) y llenarme de extraños moretones.
He intentado reconstruir los eventos del domingo y sólo recuerdo una mala película del Golden Choice (y eso que no tengo cable).
He intentado pedir perdón a aquellos a quienes agravié, pero -sorprendentemente- no creen mis torpes excusas. Mis lentes aún no aparecen, ni mi playera, ni mi llave ni mi tarjeta.
Pasé la noche en vela pensando en lo que me ocurrió: viví dos días distintos y sólo soy capaz de recordar (y mal) el falso.

Sé que como yo hay muchos. Muchos que salen por un poco de paz mental y se topan con estadios llenos de gente yendo al futbol y con extraños pilotos y sacerdotes aztecas que mean de manera compulsiva en el asfalto. Y muchos no viven para contar el cuento.
Qué suerte la mía.

miércoles, 8 de octubre de 2008

Un (cruel) intermedio.

En lo que finalizo la saga del Delirio, pongamos un interludio.
Esto es un pequeñísimo poema que se me ocurrió mientras regresaba a mi casa hoy (vivo cerca de Tlalpan) y va dedicado a una exnovia.
Tal vez no sea un poema de verdad, pero me vale.
A mi me divierte.

Hoy te vi y no habías cambiado;
pero sólo de la cintura para abajo.
y eras tú, de eso no hay duda.
(o por lo menos esas eran tus extremidades inferiores y tus ropas)
Pero no.
Lo de la cintura para arriba decía llamarse Armando.

Me la pellizca Octavio Paz.

lunes, 6 de octubre de 2008

Delirium Cordia Parte 1


Ayer viví el día más memorable de mi vida. El más extraordinario, se entiende.
Y no es que el día haya sido extraordinario de principio a fin (que es como suele imaginar la gente que un día adecuadamente notable debe ser para alcanzar el épico estatus de "extraordinario"). Simplemente me ocurrió una pequeña cosa suficientemente insólita. Veamos si logro darme a entender.

Todo pintaba normal al principio; el día anterior había sido alegre en exceso; coincidió el hecatómbico festejo del cumpleaños de mi abogado con el aniversario de mi llegada a la ciudad. Era imperativo celebrar. Y se celebró.
A la mañana siguiente me encontraba en CU esperando a un viejo conocido. Llamémoslo Mr. H para evitar conflictos. Mr. H es un sujeto con aspecto de sacerdote azteca y con cabello digno de Verónica Castro. En su cuerpo abundan tatuajes que -por más él desee lo contrario- siempre parecen incompletos.
Mr. H llegó acompañado de un amigo suyo. Un piloto. El amigo jamás aprendió mi nombre y optó por referirse a mi como "el nene" (público yucateco; pronuncien "nene", no "nené"). El amigo iba motorizado; en su vehículo sólo había dos clases de música: estrepitosa duranguense o el universalmente aceptado Depeche Mode. La duranguense en cuestión oscilaba entre dos categorías; la simplemente espantosa y la rotundamente atroz. El coche arrancó y al instante estuvimos a punto de chocar de forma letal con un poste, un taxi y un camión (en ése orden). Entonces noté lo que debía sospechar ya: el buenazo del piloto estaba completamente ebrio.
Tan pronto arrancamos, el peculiar par fue a por cervezas (las cuáles no me incomodaron). Pero tenían algo más obscuro entre manos y empecé a temer por mi bienestar: por dos horas manejaron haciendo paradas en lugares diversos. En cada lugar recogían un paquete o dos. Cada paquete consistía de una botella de agua bonafont en cuyo pegajoso interior no había agua propiamente dicha.
Resultaba evidente: algún impío brebaje pretendían preparar.
Los interrogué al respecto; obtuve múltiples evasivas y ninguna respuesta concreta.
Ni manera, yo solo me había metido en el predicamento. Justo era que jugara el papel hasta su última consecuencia. Y es que debí darme cuenta de lo que podía ocurrir. Estamos hablando de un viaje en el cuál mis guías se deleitaban con esa obscena música mientras gritaban improperios más obscenos aún a toda chica y todo coche que pudieran. Y claro, contaban historias. Oh, qué historias. Exageraciones más grandes no oía desde la última vez que fui a misa. Se habían vuelto vecinos por accidente, y cada uno vivía con una chica de la cuál no buscaban cómo librarse. Las chicas, por supuesto, eran las verdaderas víctimas/protagonistas de las historias. Ellos figuraban como villanos/antagonistas; nada más genial.
Eventualmente juntaron todas las piezas y, como cuando Simon Belmont juntó las partes perdidas del cuerpo de Drácula, invocaron con ellas un mal innombrable.
Luego ese mal se cernió sobre mi.

Estando, como dice un entrañable amigo, "más puesto que un calcetín" emprendí el tortuoso regreso a mi hogar.

Ésta vez sí sé cómo llegué a casa; y eso es algo que debió haber bastado para hacerme sospechar que las cosas no eran lo que debían ser.

Y es que, el evento extraordinario en cuestión, ocurrió apenas llegué a mi casa.
Pero eso es algo que contaré en la segunda parte de esto.
(no soy fan de los posts largos, aunque los frecuente)

Siempre quise terminar en cliffhanger.
Hoy es mi día.

sábado, 4 de octubre de 2008

Much ado about nothing


Me dice una de mis compañeras de trabajo que el diablo se metió a su guitarra electroacústica.
Esto, debo admitirlo, es nuevo para mi. He escuchado de casos en los que el diablo se ha intoducido a computadoras, a vehículos, a niños y uno que otro animal. El diablo ha perdido "catego". Compus, coches y bebés los entiendo; son excelentes medios para hacer el mal. Incluso lo de los bebés es demasiado obvio, de por sí son malvados. Pero la guitarra electroacústica de una chica que toca en el metro es absurdo.
El caso es que intenté explicarle a mi compañera éstas cosas. Fracaso rotundo; mis palabras -aunque aparentemente coherentes- no podían ser ciertas. ¿Por qué? porque su amigo chamán confirmó la diabólica presencia.

Luego intentó convencerme de llevar a bendecir mi dinero. Para que durara más, se entiende.

Mi horóscopo dice que me prepare para un viaje. Mi horóscopo tiene razón; la próxima semana conoceré Guadalajara y no sé si regrese. Debo alcanzar Guadalajara y de ahí llegar a Zapopan. Debo inflitrarme entre los metaleros sin que sospechen que no soy uno de ellos. Debo regresar al Df antes del lunes o perderé mi trabajo.
Lo mejor es que lo único que sé de Guadalajara es lo que puedo deducir del nombre. Y eso tampoco es mucho (sólo que asumo que la palabra "Guadalajara" es árabe).

Pero no importa, estoy de buen humor: hoy cumplo un año de haber llegado al Df.
Contra todo pronóstico estoy vivo. Y nada me hace pensar que no vaya a seguir estándolo por otro rato.